En España circulan más de 30 monedas diferentes al euro pero solo cuando se anunció que el Ayuntamiento de Barcelona gobernado por Ada Colau tenía previsto impulsar la creación de una en su territorio ha sido cuando se ha generado polémica al respecto.
Lamentablemente, esa polémica (deseable y enriquecedora cuando es rigurosa y franca) ha estado teñida por la animadversión que el fenómeno Podemos produce en muchos analistas y eso ha empobrecido el debate sobre monedas complementarias, que debería ser tan necesario como esclarecedor, entre los economistas más mediáticos.
El primero en atacar fue José Carlos Díez (cuando ni siquiera se sabía qué se pensaba hacer en Barcelona) con un artículo en El País titulado Ley de Gresham, en el que lamentablemente demostraba no saber ni siquiera lo que decía esa ley tan popular en economía. El conocido economista aseguraba que una moneda mala (como en su opinión iba a ser la de Barcelona) sería sin duda desplazada por el euro, porque “siempre la moneda buena es preferida a la mala”. Se equivocaba profundamente Díez en su juicio, primero, porque Gresham se refería a monedas de contenido metálico (lo que no es el caso del euro ni con toda seguridad de ninguna otra nueva moneda) y, segundo, porque lo que dijo en realidad el comerciante y financiero inglés fue lo contrario, es decir, que la moneda mala (por tener menos o peor contenido metálico) es la que circula y desplaza a la buena (que deja de circular para ser utilizada como metal). Además, al atacar al proyecto barcelonés no distinguía los efectos diferentes que tienen los distintos tipos de monedas locales que pueden existir (complementarias, locales, sociales… de crédito mutuo o respaldada por bienes, por ejemplo) y, ni siquiera, la diferente naturaleza de los distintos tipos de medios de pago que hoy día circulan o pueden circular en nuestras economías (dinero legal, dinero de curso forzoso, dinero bancario, criptomonedas, etc.). Y, lo que es peor, mentía Díez cuando decía que tanto Ada Colau en Barcelona como Joan Ribó en Valencia habían propuesto crear una moneda social “para pagar a sus funcionarios” o para “monetizar déficit público” algo que, como veremos enseguida, es imposible que ocurra.
Hace unos días, mi buen amigo (a pesar de las diferencias intelectuales) Daniel Lacalle ha escrito también sobre la propuesta catalana (¿Bienvenido a los “Colaus”? Monedas locales, bomba de relojería) pero creo que incurre en algunos errores graves que me gustaría señalar para contribuir al debate.
El primer error de Daniel Lacalle es que critica el proyecto de crear una moneda local en Barcelona sin saber cuál será su naturaleza, su reglas de funcionamiento y, por tanto, sus efectos. Es decir, critica como si ya existiera lo que todavía no existe.
El segundo error es que, como no tiene delante el modelo de Barcelona, se inventa uno para criticar a las monedas locales en general y, para poder criticarlo más cómodamente, les achaca todas las malas características que cualquier moneda local mínimamente bien diseñada nunca tendría.
El tercer error, por tanto, es que mezcla características de unos tipos de monedas con otros y hace un batiburrillo que no tiene ningún sentido. En el mundo hay una enorme variedad de monedas complementarias, locales, sociales… cada una de ellas con reglas de funcionamiento muy diferentes. Generalizar el análisis, como hace Daniel Lacalle, es un error de principiante.
Se desconoce cuál es el modelo de moneda local que tiene Daniel Lacalle en la cabeza (porque no lo menciona ni describe) pero es fácil comprobar que si Barcelona eligiese un modelo de moneda local idéntico o parecido al de las monedas locales que han tenido éxito en muchas partes del mundo nunca ocurriría lo que dice Lacalle (equivocadamente) que ocurre siempre con las monedas locales. Supongamos, por ejemplo, que Barcelona eligiese el modelo de Bristol. En ese caso, es meridianamente claro que sus críticas carecen de fundamento:
a) La moneda de Barcelona (como la de Bristol) no estaría sujeta al “derretimiento” u “oxidación” que critica Lacalle, creyendo erróneamente que es una característica común a todas las monedas locales. La oxidación significa que con el paso del tiempo la moneda va perdiendo valor (por eso se dice que se “oxida”). A Lacalle le parece que esto es un problema porque está pensando en el dinero como depósito de valor (y en ese caso sí que sería una barbaridad que una moneda se oxidara, es decir, que perdiera valor con el paso del tiempo y que hubiera que gastarla pronto, como ocurre, por cierto con las monedas de curso legal y forzoso, como el euro, cuando hay inflación). Pero lo que ocurre con algunas y no con todas las monedas locales es bien sencillo: lo que se busca con la oxidación es que las monedas no se acumulen porque no se quiere que se conviertan en depósito de valor (para ello ya está la de curso forzoso) sino utilizarlas como un medio de cambio que circule más o más rápido cuando la de curso forzoso no lo hace o circula con menos velocidad de la que es conveniente para promover suficiente actividad económica. En todo caso, Lacalle se equivoca con esta crítica porque la oxidación solo tiene sentido que se aplique a monedas con entidad material y no con las que funcionan a través de anotaciones contables. Y porque la libra de Bristol, aunque tiene entidad física, no es “derretible” u “oxidable”.
b) La moneda de Barcelona (como la de Bristol) tendría respaldo completo, al 100%, en euros (la de Bristol en libras esterlinas). Es decir, que no se podría crear más cantidad de moneda barcelonesa que la cantidad de euros establecida como respaldo. Por tanto, no es verdad que, en este caso, la moneda fuese “una moneda sin respaldo real”, como anticipa Lacalle.
c) La moneda barcelonesa (como la de Bristol) no sería emitida por el ayuntamiento sino por una asociación de comerciantes o ciudadana de cualquier otra naturaleza. Por tanto, en este caso, tampoco sería cierto, como dice Lacalle, que la pudiera crear el gobierno local a su antojo.
d) El ayuntamiento de Barcelona (como el de Bristol) no podría utilizar la moneda local, como dice Lacalle, “para disfrazar aumentos de gasto y de deuda”. Para aumentar gasto con moneda local en Bristol (e igual pasaría en Barcelona si, como estamos suponiendo, siguiese su modelo) el ayuntamiento debe adquirir previamente moneda local a cambio de libras (o de euros en Barcelona). Otra cosa es que, como consecuencia de que haya más actividad económica gracias a la moneda local (ese y no otro es su objetivo en realidad), aumenten los ingresos del gobierno local y pueda, así, aumentar su gasto pero sin que aumente entonces la deuda.
e) En el caso español, ni el ayuntamiento de Barcelona ni ningún otro podrá pagar forzosamente a sus empleados en una moneda que no sea la reconocida para ello por las leyes laborales y generales. Tampoco podría exigir a nadie que le pagara los impuestos en moneda distinta a la de curso legal y forzoso. Eso sólo podría ocurrir en ambos casos si fuera voluntariamente, lo mismo que sería posible incentivar el uso de la moneda local estableciendo una especie de “bonus” a favor de quien la utilizara para pagar o cobrar del ayuntamiento. Lo mismo que se hace en otros muchos ámbitos sin que nadie se escandalice.
Con independencia del modelo que se elija finalmente, el ayuntamiento de Barcelona (como el de Bristol) nunca podría obligar “a los ciudadanos y comercios a utilizarla asignando unilateralmente los negocios o comercios en los que se puede utilizar” o usarla “para subvencionar políticamente a sectores predefinidos”, como dice Lacalle. Este se equivoca también en este caso porque las monedas locales son complementarias a las de curso legal y forzoso pero nunca las sustituyen forzosamente.
También se equivoca Lacalle cuando dice que este tipo de instrumentos “lo garantiza una corporación local que no tiene legitimidad ni estatal ni europea, ni reconocida por el BCE, ni tampoco –ojo- de sus propios ciudadanos para emitir moneda y menos garantizarla con un valor 1 a 1 equivalente a la moneda de curso legal”. Ya he señalado que la moneda local no tiene por qué emitirla ni garantizarla una corporación local (en Bristol la crea una asociación privada sin ánimo de lucro apoyada por el ayuntamiento y la Bristol Credit Union). Pero esa moneda local sí que puede tener legitimidad legal, claro que sí. Nada hay en Europa que impida que circulen esas monedas: lo hacen legalmente y con éxito en Italia, Francia, Alemania, Reino Unido… Y para nada amenazan a las monedas de curso forzoso con las que corren paralelas. ¿Por qué no entonces en España o en Barcelona?
Y, finalmente, es una pena que se equivoque Lacalle cuando achaca a la izquierda la promoción del “monetarismo inflacionista” y los grandes males financieros (por no hablar de que tenga que recurrir al “argumento Maduro”, en sustitución de otros de peso económico). Solo se engaña quien quiere engañarse y lo cierto y verdad es que las grandes catástrofes monetarias y financieras de la historia no han venido precisamente de mano de las izquierdas sino más bien de los grandes centros de poder privado. Y si hay algo que tratamos de combatir los economistas de izquierdas (y también otros muchos de derechas) es precisamente el modelo de crecimiento impulsado en la deuda que fomentan las grandes corporaciones industriales y financieras y la deuda en sí misma que no es sino el gran negocio de los bancos y la mayor esclavitud que puede caer sobre las personas y los pueblos.
Las monedas locales sirven precisamente para tratar de escapar de esa esclavitud de la deuda que genera el sistema de creación de dinero bancario ex nihilo, desde la nada. Se trata, justamente, de evitar que el negocio bancario de crear deuda constantemente siga ahogando a las economías y, frente a eso, de ayudar a que haya más y mejor actividad económica.
En definitiva, la crítica que se hace a un proyecto que nadie conoce, como el de Barcelona, se basa en crear un monigote de referencia (con todas las características negativas que solo podría tener una moneda local diseñada a propósito para fracasar) y lanzar contra él una artillería que parece muy pesada pero que en realidad no tiene ningún fundamento científico. Lo que parece mentira es que economistas que defienden el mercado pongan este tipo de pegas a procedimientos que en realidad lo que tratan de conseguir es que el mercado funcione a pesar de los problemas de desigualdad y exclusión que tan a menudo genera.
A estas críticas al proyecto catalán se unió de pasada el subgobernador del Banco de España, Fernando Restoy, quien al parece ha afirmado que algo así es “indeseable” e “imposible. Una opinión completamente extravagante. No se puede entender que una moneda local sea imposible en España cuando hay tantas en otros países ni tampoco que sea indeseable si se diseña correctamente y es capaz, por lo tanto, de producir los efectos benéficos sobre los mercados que produce en otros lugares. También al Banco de España (una de las instituciones, por no decir que la que más se equivoca habitualmente en sus predicciones) le sobra conservadurismo, servidumbres hacia los grandes poderes financieros privados y, sobre todo, anteojeras ideológicas que le nublan la realidad que se encuentra a medio metro de sus ojos.
Es evidente que este tipo de monedas no son la panacea. Ni son “una bomba de relojería”, como dice Lacalle, ni son el bálsamo de Fierabrás, como creen algunos. Son un instrumento más, pero muy a tener en cuenta hoy día porque, si hay algo obvio, es que el mundo de las finanzas está patas arriba y ha creado ya demasiados desastres. Por eso, en lugar de descalificar estas experiencias y propuestas con tan escaso fundamento lo que a mi juicio se debería hacer es leer más a favor y en contra, analizar separadamente la utilidad de instrumentos que en realidad son de muy distinta naturaleza (moneda complementaria al euro a escala nacional, monedas complementarias regionales o locales, monedas sociales, criptomonedas,…) y mantener sobre todo ello un debate transparente